El papel del Estado en el sindicalismo
Durante la mayor parte del siglo XX, el Estado mexicano mantuvo un control estrecho sobre los sindicatos, utilizándolos como una herramienta para mantener la estabilidad social y política.Este control se ejercía principalmente a través del corporativismo, un sistema en el cual el Estado integraba a los sindicatos dentro de la estructura política oficial, especialmente a través del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Los sindicatos, particularmente la Confederación de Trabajadores de México (CTM), eran parte de un pacto implícito: a cambio de apoyo político y lealtad al gobierno, los sindicatos recibían beneficios y concesiones que incluían mejores condiciones laborales, acceso a servicios sociales y participación en la toma de decisiones.
Sin embargo, este modelo también condujo a la corrupción dentro de los sindicatos, ya que sus líderes, conocidos como "charros" en alusión a la figura del vaquero que controla su ganado, a menudo se alineaban más con los intereses del gobierno que con los de sus afiliados. Esta relación simbiótica permitió a los líderes sindicales consolidar su poder, mantenerse en sus posiciones durante décadas y acumular privilegios personales, mientras que las verdaderas necesidades de los trabajadores quedaban en segundo plano.

La corrupción dentro de los sindicatos se manifestó en diversas formas: desde la manipulación de elecciones internas, la represión de voces disidentes, hasta la malversación de fondos sindicales. Este patrón de conducta socavó la legitimidad de los sindicatos y de sus líderes, quienes fueron percibidos cada vez más como figuras alejadas de la base trabajadora, dedicadas a preservar su poder y sus relaciones con el Estado en lugar de defender los derechos de los trabajadores.
Además, la estrecha relación entre el Estado y los sindicatos generó un ambiente donde la autonomía sindical era prácticamente inexistente. Los sindicatos que intentaban operar fuera del control estatal o que adoptaban una postura crítica hacia el gobierno enfrentaban represión, desde la intervención directa en sus asuntos internos hasta la violencia física contra sus miembros.
Este contexto de corrupción y falta de autonomía contribuyó a la creciente desafección de los trabajadores con sus líderes sindicales y con las organizaciones en general, lo que debilitó al movimiento obrero mexicano y facilitó la implementación de políticas neoliberales en las décadas de 1980 y 1990. La apertura económica y la privatización de empresas estatales erosionaron aún más el poder de los sindicatos, que, al estar debilitados por su propia corrupción y falta de legitimidad, fueron incapaces de resistir efectivamente estas reformas.
Con el tiempo, esta situación llevó a una demanda creciente por una mayor democratización y transparencia dentro de los sindicatos, lo que se ha reflejado en las recientes reformas laborales en México, destinadas a devolver el control de los sindicatos a sus miembros y a romper el legado de corrupción y subordinación al poder político
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